En esta obra, Kastro nos presenta un paisaje emocional donde las sombras y luces danzan en armonía, creando una atmósfera de serenidad y equilibrio. Las figuras se desvanecen en un torbellino de colores y texturas, invitando al espectador a sumergirse en la profundidad de la experiencia humana. Los tonos sobrios y las formas neocubistas añaden una sensación de orden y estructura a la composición, mientras que los detalles cuidadosamente elaborados revelan la belleza oculta en la simplicidad del momento presente.